Por momentos parece que nadie va a poder salir del teatro y que todos, incluidos Tony Levin y sus secuaces, quedarán atrapados en ese laberinto de sonidos voladores, metálicos, inquietantemente futuristas. Tres filas atrás, el flaco-de-las-mil-caras no deja de hacer gestos: mueve las cejas, frunce el ceño, mastica el chicle a mil por hora, asiente con la cabeza como diciendo "mirá vos". En el segundo piso, y con una hora de show encima, una veinteañera de pelo cortísimo (una de las pocas chicas entre el público) se para, cruza los brazos y mira fijo al trío, seria, casi enojada. En la tercera fila de la platea, un cincuentón de anteojos y pelo blanco permanece las dos horas sentado en la punta de la butaca, quizás para estar un poquito más cerca de ese manantial de virtuosismo, y se convierte en el fan número uno, el más escandaloso y aplaudidor de la noche. Desde el altar, Levin, Pat Mastelotto (batería) y Markus Reuter (guitarra) disfrutan de su poder magnético: en la sala no vuela una mosca y el público ha quedado anonadado, duro como una piedra.
En la segunda visita a Tucumán del recontra power trío Stick Men se reafirmó lo vivido el año pasado: un show para volar pelucas a mansalva, esta vez en el teatro Alberdi, con un sonido arrollador y con la experimentación musical y sensitiva a flor de piel.
Cada músico por su lado y también en conjunto ametralló al auditorio ocupado -curiosamente- hasta la mitad de su capacidad. El alemán Reuter en su posición de estoico guitarrista, emitiendo y recibiendo un camión de rock sin moverse un milímetro; Mastelotto, el baterista de King Crimson, que más que un pulpo parece un pintor destripando un lienzo en blanco; y Levin, sacando música de ese palo con cuerdas que por momentos suena como bajo y otros como violín.
El trío arrancó del lado del pueblo: apenas salieron del escenario comenzaron a tocar "Rezo por vos", de Charly García y más adelante, en un esforzado y tierno castellano, Levin explicó que se trataba de uno tributo al Flacou. Con igual acento fue introduciendo cada uno de los temas que presentaron, pertenecientes a sus tres discos, "Stickmen", "Soup" y el último que, según el legendario bajista, se estrenó esa misma noche: "Open", "Smash" y "Big dog", entre los trabajos más conocidos; "Sepia", "Open part 3", entre los estrenos. Algunas canciones no aguantaron hasta el final y fueron aplaudidas apenas disminuyeron los decibeles, como "Slow Glide", un viaje psicodélico sin control. Llegando al final incendiaron la sala con una versión excepcional de cuatro movimientos de "Pájaro de fuego", la suite de Stravinsky.
Un mundo de ecuaciones
Me gustó más que el recital del año pasado. Es una música matemática, logarítmica, que te obliga a decodificarla casi haciendo cálculos y que te mete en un mundo de ecuaciones. Esta vez hubo remansos que permitieron relajarse; momentos en los que la música dejaba de pasar tanto por lo rítmico y pasaba más por lo tímbrico, descubriendo sonidos. Cuando escucho esto me imagino cruzando un río, saltando piedras acomodadas no linealmente, pero sí siguiendo un patrón.
Humberto Salazar (baterista)
Inmóviles (por fuera)
Fue un show alucinante. Es una técnica de altísima dificultad, con un trío superpotente que genera un quiebre en Tucumán. Si bien te deja inmóvil exteriormente, mantiene una tensión que es muy del rocanrol: desde que arranca hasta que termina te deja puesto. Creo que habría que cuidar un poco más el sonido en la sala, el volumen fue excesivo y no se apreció todo lo que ellos hacen.
Gonzalo Cormenzana (bajista)